miércoles, 23 de marzo de 2011

José sabía


 Todo tiene alguna explicación y don José lo sabía. O al menos creía saberlo.
Y no fue hasta el día 18 de mayo del corriente año en que el destino puso en jaque su paradigma. Ese día, José Zuviría se despertó en una habitación que no conocía y entonces temió lo que tanto lo preocupaba y mantenía en vilo desde hacía varios meses: pensó que se había muerto mientras dormía.
 Cuando abrió los ojos estaba cubierto por una colcha despedazada por el paso del tiempo y un ventilador ruidoso perturbaba la paz del cuarto de paredes blancas. La cama en la que se encontraba recostado tenía un colchón casi imperceptible a la vista y al tacto y chirriaba ante el más mínimo movimiento. En el momento en que había asumido su situación y el temor que lo invadía en primera instancia se había disipado, un joven entró sin tocar la puerta. –José ya es hora de levantarse – dijo con seguridad mientras se acomodaba un delantal blanco. José dejó su posición horizontal con asombrosa rapidez para un hombre de su edad y se calzó las alpargatas que tenía al pie de la cama. Mientras caminaba en círculos alrededor de la habitación se formuló toda clase de preguntas y descubrió que para la mayoría de ellas no tenía una respuesta que lo convenza. Y eso era nuevo para él, porque siempre se había jactado de ser un hombre de mundo, al que la ignorancia le parecía grotesca. Decidió dejar de lado sus planteos y salir en busca de algunos veredictos sobre su situación. Caminó tres pasos y se encontró con un pasillo que tenía el mismo color tenebroso del cuarto que había abandonado. Las puertas, había contado 6, se abrían de par en par y por ellas se asomaban otros ancianos y ancianas, que en su mayoría miraban al piso y vestían de igual forma. –Debo estar en el cielo de la tercera edad- pensó, y aunque quiso reírse no pudo.  Continuó su marcha hasta una escalera, allí se detuvo y la contempló unos segundos, pero la duda y el temor se debatieron de nuevo en su cabeza y no pudo subir. Giró y cuando se dio cuenta se encontraba rodeado por unos hombres que le hablaban con un tono familiar y a José eso le resultaba siniestro. No sólo porque no comprendía lo que decían sino que se le acercaban cada vez más, al punto de arrinconarlo contra la pared. En aquel instante, el mismo joven que había irrumpido en su cuarto temprano, se asomó golpeando una pequeña campanita y de esa manera los hombres dieron un paso hacia atrás y se retiraron. José lo tomó del hombro y caminaron hacia el otro lado del pasillo, hasta un improvisado comedor. En ese trayecto le preguntó todo lo que pudo, pero no fue suficiente ya que  lo único que había logrado obtener del joven de delantal era que su presencia en ese lugar no era una novedad, de hecho este le había asegurado que lo conocía desde hace varios años y que nunca lo había visto con el gesto de terror con que lo había hallado un rato antes.
 La preocupación se impuso entre sus sensaciones para cuando tomó un lugar en el comedor. Se sentó en una silla de madera al lado de una ventana que daba a un patio interno y miró la maleza que crecía de una grieta durante varios minutos. Sólo así pudo concentrarse en pensar alguna estrategia para sobreponerse a este reto que se le había planteado, porque si bien había fantaseado con su teoría de la vida después de la muerte, el paso de las horas había puesto en evidencia lo absurdo de ese concepto. Su panorama era desolador y estaba demolido, abrumado. Y si es que existía una vida en el más allá, no podía ser tan aterradora.
Pero aún no estaba vencido. Se paró con decisión y se esfumó de la mirada del hombre de delantal, avanzó hacia el cuarto y buscó algunos objetos que revelaran indicios de su pasado o de su misterioso presente, pero la búsqueda fue en vano. En ese preciso momento advirtió que la clave para entender todo era consultarlo con los ancianos que aparentemente convivían con él. –Todo el tiempo estuvo frente a mis ojos y no me di cuenta- se repitió una y otra vez mirando la etiqueta en su chaleco que lo identificaba como José Zuviría y se lamentó por haber perdido la chance de interpelar a los ancianos sobre su situación.  Se había dejado vencer por el miedo, y según él, eso era cuestión de cobardes.
No obstante, en ese momento el joven de delantal se interpuso en su cometido y lo llevó de nuevo al comedor. –Tenés que ser obediente acá- sentenció furioso. A José no le había interesado la actitud del hombre de blanco dado que en cuanto encontró en los viejos hombres una posible respuesta había huido a lo más recóndito de sus pensamientos para idear un plan maestro. Y él era especialista en esas cuestiones…
Alguna vez ese hombre al que el cabello le era esquivo, y al que la artrosis azotaba por las noches, había sido un gran planificador. Ya había tenido éxito cuando se graduó como cirujano pese a sus manos temblorosas y cuando logró ser el primer tucumano en ganar un premio Nobel. Sin dudas había sido un hombre afortunado, sin embargo en ese momento era pura incertidumbre, un desconocido hasta para sí mismo.
 Su plan necesitaba varios días, aproximadamente cinco. Durante los primeros dos se encargaría de compenetrarse en la rutina de ese extraño lugar y en los restantes daría paso a la etapa más importante: concretar el contacto y obtener la información necesaria.
 Los días se sucedieron con un ritmo frenético. El tiempo en ese lugar parecía correr con prisa para José. Por ese motivo y otros tantos, cuando llegó el día más trascendental del plan no se encontraba listo y tuvo que posponer la operación. La problemática residía principalmente en que debía actuar con frialdad e inmiscuirse entre esas personas, ser uno más entre ellos, empero no podía lograrlo. Definitivamente esas personas no eran de su agrado, es más, cada vez que se les acercaba, no obtenía de ellos más que un tímido saludo e indiferencia.
 En diez días José sintió corromperse sus esperanzas. Empezó a no dormir, a hablar solo y a temer el contacto con cualquier persona. En su peor momento, cuando ya había pasado varios días sin hablar ni comer, y su accionar se limitaba a contemplar el techo durante horas, alguien golpeó la puerta con una impaciente y vigorosa fuerza juvenil. A José le extrañó este hecho porque nadie acostumbraba a tocar la puerta de su habitación, pero no lo molestó en lo absoluto y siguió impávido, como lo hacía desde el 19 de mayo.
 Tres personas pasaron y tomaron lugar en la cama. José seguía absorto. Se notaban impacientes e inquietos, en especial la más joven, una niña de unos 5 años que no paraba de gritar. Ese sería el último día en que el viejo José extrañaría al silencio.
 Los restantes eran un hombre de unos 30 años vestido de traje y una mujer de igual edad con un sombrero prominente. José intuyó que se trataba de una pareja. Ellos le producían un sentimiento de inseguridad, sin embargo continuó mirando la puerta sin demostrarles ningún tipo de reacción. La niña siguió recorriendo el pequeño cuarto hasta detenerse frente a José. Lo miraba con extrañeza pero al anciano no lo incomodaba, al contrario, la criatura provocaba en él una sensación de alivio y calidez. Luego se le montó sobre las rodillas y jugó con sus escasos cabellos durante unos minutos. En ese instante José volvió en sí y cortó con la pasividad de sus visitantes. ¿Quiénes son ustedes?, dijo mirando al hombre de corbata amarilla y este respondió sin titubear: –Yo soy tu hijo y ella es tu nieta-. José lo miró de nuevo y no le creyó. Si él era su hijo, ¿Por qué lo dejaría encerrado en un lugar como ese? ¿Podría realmente su propio hijo hacerle eso? Dudó durante unos segundos y volvió a arremeter. -¿Desde hace cuánto estoy acá?- preguntó con tristeza. El hombre lo miró y le dijo: 2 años y medio y de inmediato sacó una foto fechada en la que José abrazaba a algunos de sus compañeros de convivencia.
 Eso no podía ser cierto, se dijo José a sí mismo intentando consolarse y volvió a su silencio perpetuo, mientras en su interior confirmaba el peor de los presagios y daba forma a la respuesta más trascendente de sus días. La niña dejó sus piernas y volvió con la pareja, quienes conversaban en un tono silencioso y se miraban con resignación. Dos minutos más tarde abandonaron la habitación.
 El anciano siguió en su lugar y casi ni se inmutó al conocerse habitante del Instituto de Salud Mental Integral desde 1999 porque todo tiene alguna explicación y don José lo sabía.



1 comentario:

  1. Me desesperó un poco el pobre José jaja
    Lindo cuento amigo :)

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