lunes, 12 de diciembre de 2011

El único peligro de un helado es que se derrita

Siento que pasa la vida. Además, tener traumada mi creatividad lo empeora todo.
 Podría sintetizar mi situación con un ejemplo algo tosco. Me siento como en una película de esas que son irremisiblemente absurdas con tramas que son una sucesión de hechos previsibles y un final que no es más que una patraña. ¿Acaso quien crea una película de ese tipo no se da cuenta o, en su defecto, no le hacen saber que, sin dudas, ese tipo de tarea no es para él? De igual forma, observando desde mi punto de vista desolador, asumo que si tiene una utilidad quien crea historias poco creativas y es la de concientizar sobre el peligro que conlleva una existencia al borde de la normalidad, del absurdo que significa percibir el paso de días como simple agrupamiento de horas, y de lo peligroso de conformarse con ello. Pese a todo, lo que me trae acá no es mi portentosa crítica a la labor cinematográfica sino lo igualmente devastador de empezar a entender a las expectativas de uno como meros sueños en un sinsentido permanente.
 Hasta ahora no he hecho más que quejarme, he pasado los últimos dos años en el intersticio de dos realidades distantes pero complementarias. Esto último podría ser explicado con otro ejemplo (mucho menos preciso); en este caso sería el hecho, que sucede en gran cantidad de ocasiones y es muy utilizado por vanidosos y algunos que otros mentirosos, en que una persona asegura su presencia en un lugar en el que no estuvo nunca. Yo me he pasado muchos meses en un lugar en el que no estuve nunca, creyéndome en lo alto de mis expectativas cuando en realidad no he hecho más que presentar déficits en mi confianza y ver rodar mis sueños por una colina que, de tan alta, seguro se morirían de un golpazo. No obstante, pude camuflar la desconfianza que hoy me generaliza, seguramente sostenido por las paredes que algunas manos generosas se empecinaron en mantener de pie. Pero hoy esas manos se han acalambrado, han caído presas del cansancio y quedé por fin sólo junto a mi realidad.
 Me asusta el hecho de pensarlo todo más de dos veces, temo por la salud de mi cerebro que ya no encuentra respuestas para un mundo que lo ha degenerado. Algún avispado lector me diría que no hay mejor satisfacción para una conciencia cansada que un descanso y yo le respondería que no podría ser más estúpido. Luego me miraría con una cara de intriga, así como buscando una respuesta, así como yo la he estado buscando desde hace unos meses. Hace tiempo que esta situación dejó de referirse a un simple descanso. Es más, creo rotundamente que ese descanso tiene una gran connotación de conformismo, por tratarse del hecho de detener la marcha para luego continuar en la misma idiotez que trajo consigo dicho cansancio. Pienso que no hay nada que pueda venirme bien, he empezado a acostumbrarme a esta sequedad creativa y a considerar que lo escueto de mis traumas cabría en un cortometraje de un par de minutos.