lunes, 3 de octubre de 2011

Semiotizando idioteces

 Lo que me trae en esta ocasión es la anécdota, no tan vieja, que viví alguna vez con mi amigo Javier Llonch.  Este muchacho es un algo simpaticón, siempre tiene las mejillas rojas como tomates y posee una extraña capacidad empática que me despierta curiosidad. No siempre, pero casi siempre que tiene la oportunidad, cuenta el mismo chiste y los diferentes grupos de personas que lo han oído no pueden evitar reirse en exceso. El chistecito es una verdadera porquería; dice algo así como que dos primos se encuentran en el funeral de un tío-abuelo y uno de ellos dice: "el tío seguramente no nos querría ver así de tristes, más aún teniendo en cuenta como era él de jovial (por no decir un anciano parrandero)", y los dos terminan en alguna festichola de verano. ¿Ven que es una porquería? Claro, si yo lo cuento, y encima a través de un texto seco como el mío, seguramente les parecerá una idiotez rimbobante. Sin embargo, contando lo que yo (con algunas palabras más, palabras menos), Javier Llonch puede hacer que hasta el más serio de los guardias del palacio de Buckingham alegre su rostro durante algunos segundos. ¿Cómo logra esa extraña empatía con la gente? Interrogantes como ese han motivado que yo avance en portentosos estudios de la conducta y del lenguaje. He estudiado el humor, sus variantes, su influencia según competencias de todo tipo (culturales, profesionales, etc.), pero hasta ahora me ha resultado casi imposible determinar algún tipo de resultado satisfactorio. Definitivamente, lo que Javier Llonch logra con sus chistes, no se puede interpretar psicológicamente, sino a través de las variables que afectan a su uso del lenguaje. Su cadencia al hablar, su tono de voz, la expresividad de la misma, su elección de las palabras, son algunos de los elementos que podrían guiar una posible hipótesis. De alguna manera, yo creo que su manera de hablar influencia significaciones de todo tipo que terminan guiando a los oyentes a un lugar común, en el que la satisfacción que proporciona la empatía hace el resto. Creo a estas alturas que su caso es único en sí mismo y merece ser estudiado en término de circunstancias especiales. Al mencionarle esto último al profesor de letras Raúl Gordillo, recuerdo haberle oído una recomendación que me rodeó durante varios días. El profesor, como siempre, me aseguró que estaba teniendo una mirada demasiado semiótica de la vida, y que, según su mirada, a ese tipo de cuestiones no hay que teorizarlas. También me dijo que estudios como los de la semiótica sólo vinieron al mundo para "abrir la cabeza a las personas", ya que quizás puede parecer que sus desarrollos teóricos son algo toscos y traídos de los pelos, pero que ocultan una función mucho más importante, que es la de poder pensar al mundo más allá de lo que los ojos pueden contemplar.
 Siempre considero lo que Gordillo me dice aunque muy pocas veces le hago caso. Sin embargo, por esta vez decidí dejar de lado los cuestionamientos de sentido sobre los chistes de Javier Llonch por el hecho de que adentrarme en la semiótica me resulta demasiado complejo y aburrido; y además, para abrirme la cabeza prefiero a un neuro-cirujano.

1 comentario:

  1. ahora se me dio por comentar de nuevo, xqe lo veia vacio..
    me rei, emm..ya me olvide lo qe puse anoche :P

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