sábado, 10 de septiembre de 2011

A Cortázar le gustaba el boxeo

 Me mira con desprecio. Admito que intimida, sin embargo, no puedo perderle respeto, arma invisible que oculta en sus facciones notariadas por el tiempo, que disminuye mi presencia, pese a encontrarnos en infinidad de veces en una misma circunstancia, y me vuelve parte del no-escenario, inerte, invisible a la consideración del resto. Esta solemne sensación me acompaña desde hace ya mucho tiempo, es más, no puedo hallar en algún resquicio de mi ajetreada memoria un momento que no haya sentido así.
  De aquí puedo concluir que escribo por descolocación, por falencias. Y también lo tomo como a un juego que ayuda a obtener alguna especia de equilibrio, porque dice Cortázar que bien queda la consideración de cualquier juego como la partida desde una descolocación para lograr una colocación, un orden, un equilibrio. ¿No es esa la esencia de todos los juegos?
  Luego viene el problema de las prioridades. Respeto a las prioridades en cuanto a profundas declaraciones de verdad. Si alguien no quiere hacer algo, o lo hace en menor o mayor medida, ¿acaso no es una sentencia de la conducta, guía hacia X o Y? De allí deduzco que una prioridad, sincera muestra de carácter, nos muestra tal cual somos. El problema radica en que, a veces, nos cubrimos de falsas prioridades, en parte por estar alienados en un sistema de vida que no nos comprende como personas en incesante desequilibrio.
  Más tarde, ese día en que elaboro mis sesudos cuestionamientos, y cuando ya me ha rodeado esa nube que se identifica como la desolación; y que acoge en exceso a un hombre acostumbrado a la compañía de una pluma y un canario, también puedo identificar la importancia de lo banal, lo insustancial. Una charla sobre la actualidad del fútbol, el placer de la bebida, entre algunas otras, además de tomar dimensiones incomensurables en la salud mental de un hombre promedio, dotan de sentido a algunos momentos que no encuentran epílogo de otra manera.
 Eso mismo que Cortázar, cuando ya no tenía ganas de ser el maniático intelectual que era (aunque más no sea por un rato) encontraba en el Luna Park observando a los tosudos boxeadores golpeándose hasta situaciones límites; a eso intento remitirme. Es decir, a ese reencuentro con una realidad que a mi por lo pronto me es ajena desde que tengo memoria, y que, sin lugar a dudas, existe en el sinsentido de las prácticas más toscas cuando no superficiales, aunque como dije, trascendentes a su manera.
 Por lo pronto, cuando un golpe sobre el tabique del colombiano Henry Páez da paso a una hemorragia de tamaño sideral, que inunda el ring, empiezo a entender de que se trata el boxeo y algún que otro cronopio* de algunos libros de Cortázar.


 *Un cronopio es un poema sin rimas, una dibujo al márgen de la hoja. Personaje descrito en algunos libros de Cortazar.
 

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