lunes, 25 de abril de 2011

La operación Delmechiore

 El 27 de febrero se acabó la paciencia. Guiado por el abucheo general de los 1103 espectadores presentes esa tarde en el Coliseo Malvicino y por el escalofrío, doloroso, que le habían producido unos cubos de hielo al rozar su espalda, Juan Martín Delmechiore ese día sábado decidió poner fin al abusivo régimen del gerenciador Fernández. Delmechiore sabía que los miembros del equipo temían una represalia de Fernández, que también era comisario,  por lo que ni siquiera apelaban a ensayar alguna protesta. Pero ese día todo fue diferente.
  Durante el entretiempo y mientras unos escasos pero prepotentes asistentes (aproximadamente 100) al Coliseo se amotinaban en las puertas del vestuario visitante, este hombre de bigote finito y piernas largas reunió a sus compañeros y les habló con un tono pausado. –Esta charla tiene un motivo, muchachos, y ustedes lo saben bien. Veintisiete partidos seguidos no se pierden todos los días…Necesitamos que Fernández dé un paso al costado y yo tengo un plan-. La gran mayoría de los jugadores del club Ipanema tenían más de 30 años, transcurrían la fase final de su carrera y no eran afines de los planes en conjunto. De hecho, ese plantel tenía jugadores que contaban con la célebre marca de no haber cedido nunca una pelota a un compañero. Pero como dije anteriormente, esta vez sería diferente. No sólo porque algunos de los hombres del equipo habían recibido amenazas en sus hogares; sino también porque estaban hartos de que el comisario Fernández empuñara su pistola al momento de dirigir los entrenamientos. La situación había perdido todo tipo de seriedad según el zaguero Rodolfo Giulani, que era un hombre de 43 años y apenas si conocía el reglamento del fútbol.
 La charla de Delmechiore fue un conclave sumamente importante, donde se definiría gran parte del futuro de todos los hombres del club. Los que defendían al técnico (su hijo y un sobrino lejano suyo) se apartaron de la multitud y salieron al patio que daba al vestuario visitante, sin saber de la furia creciente de los pocos fanáticos que le quedaban al Ipanema. Por su parte, en la charla, Delmechiore aprovechó que el técnico-comisario-gerenciador Fernández nunca entraba al vestuario y tomó la pizarra donde el anterior director táctico (hacía más de 20 años)  dibujaba cilindros y líneas uniformes, para dar mayor énfasis a su mensaje. Comenzó con una entonación suave y a medida que sus compañeros lo alentaban a continuar, levantaba el tono de manera exagerada. -La idea es la siguiente-, dijo mirando la pizarra. –Tenemos que ir para atrás deliberadamente, hacer que la gente y el gobernador vean que esto no va más. Para eso vos (mirando a Giulani y acercándosele a su oído derecho) tenés que hacer lo siguiente: vas a lesionarte apenas volvamos a la cancha y te vas a trenzar con Gambarte. Lo demás dejámelo a mi-. Antes de finalizar la conferencia, algunos muchachos hicieron unas consultas, la mayoría de carácter intrascendente, pero todos dejaron constancia con gestos de que el mensaje había sido acatado.
 Una vez cumplidos los quince minutos de descanso reglamentario, y con Giulani aún en la ducha, el equipo se apersonó en la boca del túnel. Aguardaron unos instantes la llegada del zaguero partícipe del plan mientras refrescaban algunos conceptos. Giulani llegó los dos minutos tarde necesarios para que el referee expulsara al técnico Fernández y para que la operación RENACER viera la luz.
 Los 11 del Ipanema lucían más brillantes que nunca bajo el sol del estío. Hasta los dos hombres agredidos en las cercanías del vestuario tenían una prestancia diferente, estaban ansiosos por intentar despejar la nube de odio que sobrevolaba el ambiente.
 Delmechiore tocó la pelota con elegancia, giró e hizo un pique de 40 metros que sorprendió hasta a sus propios compañeros. Dos minutos más tarde Giulani avanzó hacia la segunda fase del plan. Se paró al lado de Gambarte, un mediocampista recio del Deportivo Carcará, y le dijo una serie de exabruptos que cumplieron con éxito su finalidad. Gambarte lo persiguió por el círculo central y le propinó una trompada olímpica. A esto le siguió el amontonamiento de los 22 en cancha en el centro de la escena y así la fase 3 encontraba su inicio.
 Delmechiore sabía lo celoso que era el técnico-comisario de su plantel  y apenas iniciado el tumulto se levantó de su asiento en la platea central para dirigirse hacia la cancha. Cuando Fernández llegó a la zona central del campo el éxito del plan corría serios riesgos porque los experimentados jugadores del elenco visitante se apaciguaron de una manera inexplicable; pero en ese momento Giulani tomó prestada una banqueta de un fotógrafo y se la partió en la cabeza al delantero juvenil Rentería. La furia se apoderó de todos, hasta los camarógrafos abandonaron sus puestos para ensayar algunas piruetas en la rabieta. Delmechiore, concentrado, empujó a Fernández por la espalda y le quitó el peluquín que lo acompañaba desde hacía ya 14 años. En ese instante el técnico fue más comisario que nunca, tomó su revólver Colt Python recién lustrado, apuntó al cielo y ejecutó 3 disparos. Los 22 jugadores, los 12 suplentes, la terna arbitral, los 1103 hinchas, el Gobernador desde su morada en Costa Sud, los 23 periodistas y cámaras autorizados a transmitir el encuentro, y los poco más de 3 mil asistentes televisivos al partido fueron testigos de como la calma, esa misma que antecede a un gran desastre, se reincorporaba con una rapidez sorprendente. Finalmente pasaron algunos segundos entre la errática actitud del comisario y la debacle total.
Todos, exactamente todos, confluyeron en el amarillo césped del campo de juego para iniciar el periplo que desencadenaría en el punto final de la controversial dirigencia de Fernández. Delmechiore acompañó a los equipos en su huída con éxito de la trifulca; Fernández en tanto quedó atrapado entre los disparatados hinchas.
 Calmos en el vestuario, y siendo testigos de como la policía iniciaba una represión nunca antes vista, los muchachos del Ipanema supieron al fin, al ver que el comisario caía desvanecido sobre una línea de cal, que el plan había sido ejecutado a la perfección. 
 El mundo entero se hizo eco del infame momento, al que seguiría la intervención del Gobernador y la consiguiente reestructuración del club.
 De aquel día aún se conserva enmarcado, en las vitrinas del club, el peluquín de Fernández, signo de la opresión derrotada por la revolución silenciosa de Delmechiore.

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